martes, 3 de marzo de 2009

Los colores del arco iris (o lo que dejó el 2008)

Marzo, pero aún continúa la resaca del 2008. Entonces, un resumen, lo que dejó y lo que, creo, perdurará.

17:59 hrs.: Verano en Santiago, bordean los 33º. Un calor horrible. Hoy no hay mucho que hacer más que dejar pasar las horas, cansinamente, una tras otras, en medio de este letargo, de este aire espeso, pesado, propio de la asfixiante atmósfera en que sucumbe Santiago.
¿Qué hacer? Una cerveza helada nunca está demás. Y ahora, más que nunca, se vislumbra casi como un elixir de salvación. Miro por la ventana y veo cómo la luz que queda del día aún encandila, el pavimento brilla y el semblante de la gente que aún permanece aquí, atada a sus trabajos, y que gasta el suelo de la capital, día tras día, luce sombrío. Sus rostros sudorosos piden un descanso, una tregua, pero el calor y la necesidad no perdonan.
Voy entonces por la bendita cerveza, la abro, corro la ventana, tomo palco y busco una brisa que me refresque la memoria. Entonces pienso en todo lo que ya pasó. Pienso en cómo se esfumó el 2008 y lo que dejó. Entonces intento, casi a modo de testamento, rescatar lo que más recuerdo. Lo que ahora todavía perdura. Hay cosas que sobresalen con brillo propio.
Qué extraño el 2008. Prefiero no entrar en detalles, pero para mí ha sido unos de los peores y más dolorosos años que recuerde. Sucesos vitales, muertes, partidas, despedidas, olvidos y lágrimas. Mientras, en el mundo real, Obama era electo como el primer presidente de color que llega a la Casa Blanca. Histórico, aunque no creo que este suceso cambie un ápice mi vida. Pero me uno a la felicidad colectiva, al clamor por un milagro. A estas alturas, no mucho más se puede desear, ¿no?
¿Cómo resumir el 2008? En la música y los libros hallo una vez más la respuesta. En marzo tuve la suerte de ver a Dylan, en vivo, casi a un metro de distancia. El gran Bob Dylan se presentaba con su estampa de leyenda viva, de héroe, de viejo crack. Un lujo. Inmenso Dylan. Sin embargo, no fue precisamente Dylan quien le puso el tinte particular al 2008. El genio encargado del soundtrack más melancólico y críptico que recuerde de los últimos años fue el muchacho de la cara caída y ojos tristes. Thom Yorke y su banda Radiohead. Los mismos que alguna vez sacudieron al mundo con la architocada “Creep”, ahora estaban de vuelta. Esta vez como una suerte de zombies, como sobrevivientes, o muertos en vida, conscientes y profundamente cuestionadores.
Pongo play, enciendo el ventilador y escucho, una vez más, el impresionante In Rainbows (2007) y mientras el suave viento golpea mi rostro, cierro los ojos y comienzo el viaje. Eso es In Rainbows: un viaje, un paseo por la oscuridad, por el horror, por la alegría y por la melancolía.
Al inicio del disco, la voz de Yorke susurra desde una lejanía innominada tiñendo todo de un tenue gris, que nubla el ánimo y que despierta preguntas.
Abro los ojos. Una gota de sudor cae por mi frente. Hace calor, pero no tengo fiebre. In Rainbows suena fuerte. Entonces me pregunto por qué, no por el clima, sino que por todo el resto. El por qué se hace eco en mi cabeza, y creo que al escuchar In Rainbows se acentúan las dudas. Me siento acompañado.
In Rainbows, un álbum que en su versión comercial tiene 10 canciones, más allá de los detalles, no cabe duda de que fue mi banda sonora del 2008. Desde la primera vez que lo escuché me dio la impresión de que por más soleado que fuesen los días, su música lo teñiría todo de un bello ocre.
Radiohead, los héroes británicos que gracias a discazos como The Bends (1995) y OK Computer (1997) se erigieron como portavoces de una generación desubicada, alienada y más llena de dudas que certezas, estaban de vuelta. Como sea, In Rainbows, como todos los trabajos de la banda de Oxford, es una obra que irá ganando con el tiempo, una vez que se asimile su impacto y herencia, pero cuya bofetada inicial no se diluye a medida que se escucha, siguiendo el viaje en espiral que sus melodías proponen.
Estamos ante un trabajo que amplía lo que su predecesor, Hail To The Thief (2003) ya anunciaba; Radiohead ha decidido profundizar en su raíces, desde el rock distorsionado de Pablo Honey (1993) hasta la angustia existencial de Ok Computer, pasando luego por la experimentación electrónica de Kid A (2000) y ahora creando una mezcla visceral con un sonido más humano, al que le añaden una poderosa sección rítmica. Del trabajo nacieron 10 joyas con diferentes texturas, matices y colores, que siempre dejan el mismo sabor de grandilocuencia en el paladar. Escuchar Radiohead es entrar en catarsis. Lo que sobresale en In Rainbows es la sensación, desde el inicio, de estar ante un disco perfecto, medido, redondo, preciso. La pluma de Yorke resalta como el rostro de la poesía que viene, de aquellos versos que cortan, hieren como navajas y que se asoman, pero que aún, tal vez por miedo a la contradicción, nadie ha escrito. Yorke sabe lo que quiere decir y cómo hacerlo. Usa las palabras justas e imprescindibles.
19:17 hrs.: In Rainbows sigue sonando, lo escucho una y otra vez. Busco el mensaje entre líneas, lo que aún no se ha dicho. Luego me doy cuenta de que no hay mucho más que añadir. La crítica ya ha hablado largamente sobre el disco. Entonces juego a la ficción. El año pasado deambulando por las librerías de Santiago Centro me topé con el libro El Cuento de mi Vida (Norma, 2008) del colombiano Andrés Caicedo (1951-1977). El diario de un suicida. Un texto recuperado de la oscuridad y que recién ahora ve la luz. Compuesto por anécdotas, relatos, crónicas y cartas personales, en su totalidad no supera las 110 páginas. Y con eso basta. En el relato, Caicedo construye una justificación a su dolor y, lo que más me asombró, logra convencer al lector de que su decisión no fue la errada. Simplemente, para él no había otra salida, no existía un final feliz.
Sobre él, Patricia Restrepo opina: “Yo pienso que Andrés tenía el horror por dentro. Andrés vivía en un mundo interior de mucho sufrimiento, de mucho temor, de mucho terror hacia la vida. Pienso que Andrés era una persona muy vulnerable y con mucho miedo, era como si estuviera en una burbuja de terror”. Caicedo vivió con una infinita melancolía.
Mientras In Rainbows sigue sonando, tomo el libro de Caicedo, miro su foto en la portada (un flaco alto, desgarbado, con una frente muy ancha, posando de pie y con su mano en los genitales) y me da la sensación de que algo esconde tras esa parada contestataria, tras esa sonrisa forzada. Caicedo en sí mismo encarna desazón. Entonces me doy cuenta: Caicedo y Yorke son similares y corroboro lo que un amigo me confesó como un anticipo: “A Caicedo le hubiese encantado Radiohead”.
A Caicedo hay que leerlo, creo que es necesario, hasta reconfortante. Es el lado B. Caicedo es el negativo de la belleza de la vida.
19: 45 hrs.: Dejo a Caicedo y me vuelvo a sumergir en In Rainbows. Lo escucho con detención e intento describir cada uno de sus capítulos. Pretendo descifrar su historia.
En esta crítica/relato/comentario dejaré a un lado todo lo que rodeó su lanzamiento, como los cambios en la industria y sus repercusiones, y dejaré que las impresiones que lega In Rainbows hablen, griten, susurren, asusten, empapen y duelan, por sí solas.
El set list del álbum lo componen:
15 Steps: Un tema con fuerza retenida. Inicia con tonos funkys donde los susurros de Yorke se dejan ver de a poco y cuando finalmente asoman lo hacen como un bálsamo dentro de un muy bien organizado caos electrónico. Luego se hace presente la guitarra de Jonny Greenwood, que se mezcla con la atmósfera hasta pasar casi desapercibida. Entonces, una especie de coro de niños gimiendo a los lejos despiden un melodía críptica y postmodernista
Bodysnatchers: Pura fuerza. La presencia de los Beatles más melódicos se hace notar al inicio para dar paso a un ligero matiz cercano a los Pumpkins del Ava Adore. Luego sigue la sicodelia pura que toma vuelo con la voz de Yorke y un eco del riff básico de guitarra distorsionada que recuerda un poco al blues.
Nude: Descanso. Por fin bajan las revoluciones. Es la eterna canción sin grabar, pues Radiohead la lleva tocando en vivo desde hace casi 9 años. Guarda bastantes similitudes a “Pyramid Song” (Amnesiac, 2001) en cuanto al ritmo de batería. Aquí la voz de Yorke es impecable junto a esa guitarra acústica a la que se le unen los coros. Una canción para des/enamorarse.
Weird Fishes/Arpeggi: Ser comido por extraños gusanos es lo que reza la principal estrofa. Es un tema post mortem. Una crónica del cadáver. Es una canción con arpegios (como su nombre lo indica) empapada de coros hipnóticos y absorbentes, un interludio que fluye con una batería y un bajo llenos de tristeza, y que continúa hasta el fin entre efectos de teclado que se mezclan con la voz de Yorke clamando: “Una vez que toque el fondo, escaparé”. Locura dentro de la locura.
All I Need: Si amas a alguien en dolor, este es el tema que le debes dedicar. Aparte de los sintetizadores y el implacable sonido del piano, la voz de Yorke es aquí el principal instrumento. Una oda al amor que carcome.
Faust Arp: Un tema que deja con ganas de más (apenas dura 2 minutos). Posee claras influencias folk, pero a la vez devela un tinte único y orquestal que roza lo barroco. Aquí está la prueba tangible de la capacidad musical de Radiohead para mezclar estilos musicales tan disímiles y salir airosos.
Reckoner: El orden y el caos convergen. Dentro de muchos sonidos de sintetizadores y acordes de guitarra precisos, la voz de Yorke parece ser la única respuesta a un tema que a veces sabe a laberinto.
House Of Cards: Todo comienza con la descarnada y honesta declaración de Yorke: “I don´t wanna be your friend, I just wanna be your lover” (No quiero ser tu amigo, sólo quiero ser tu amante). Luego la sigue una suave melodía que acompaña a esta afirmación brutal. La sugerente guitarra acústica genera una atmosfera de reconciliación, sin embargo, cuando el final asoma, se percibe que el mensaje ya está, y que por mucho que como telón de fondo persista un eco transparente y lleno de paz, la verdad ya dicha, aunque se niegue, prevalece.
Jigsawy Falling Into Place: Otro tema contundente y cuya fuerza va progresando poco a poco. Es una canción que perfectamente calzaba en Hail to the Thief, con el típico riff guitarrero que no llega a elevados niveles de distorsión. La batería y el nostálgico coro final te avisan que todo acaba.
Videotape: “This my way of saying good bye” (Esta es mi manera de decir adiós) dice Yorke en una de las estrofas. El broche de oro. Sobria, melancólica, dramática, sofisticada y, al mismo tiempo, simple. El piano y Thom Yorke se funden creando una balada íntima, personal. El fin ideal para un disco lleno de lágrimas, reflexiones y cuestionamientos. El cierre de un viaje pedregoso, duro e incierto. Así es In Rainbows, como la vida.
21:00 hrs.: Acabo de transcribir mi propio In Rainbows al papel. Ya el sol se ha escondido. Baja la temperatura. Lentamente se asoma la noche. Ya casi está oscuro. Devuelvo El Cuento de mi Vida a la biblioteca, para que descanse ahí, junto a los demás libros.
Presiono play y abro otra cerveza. In Rainbows vuelve a sonar. Lo disfruto. Olvido.
Radiohead vendrá a Chile por primera vez en marzo, me digo. Sonrío. Ha salido un arco iris.

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